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domingo, 1 de abril de 2012

EL PROCESO: EL SENTIMIENTO DE CULPA, DE KAFKA PASANDO POR ORSON WELLES (y III)

PARTE III. ANTE LA PUERTA DE LA LEY

Pues bien, tu eres, desde luego, en el fondo una persona bondadosa y tierna […] pero no todos los niños tienen la perseverancia y el temple necesarios para escarbar hasta dar con la bondad.
                                     Kafka (Carta al padre) [1]
1. LA CARTA AL PADRE.
Kafka y su padre en los baños

Siempre me ha llamado la atención la foto que podéis contemplar de Kafka con su padre en los baños. Es una viva representación en imágenes de la descripción que nos hace en La carta al padre en los siguientes términos:
Y es que tu sola presencia física bastaba para anonadarme. Por ejemplo, recuerdo que muchas veces nos desnudábamos juntos en una caseta. Yo flaco, débil, poca cosa; tu fuerte, grande, ancho. Yo ni siquiera necesitaba salir de la caseta para sentirme un guiñapo, y no sólo a tus ojos, sino a los del mundo entero, pues tú eras para mí la medida de todas las cosas. Luego salíamos de la caseta y nos mostrábamos a las miradas, yo cogido de tu mano, un pequeño esqueleto que caminaba inseguro, descalzo sobre las tablas, que tenía miedo al agua y que era incapaz de seguir tus evoluciones natatorias que ejecutaba para mí con la mejor de las intenciones, pero con el único efecto de avergonzarme profundamente
Esta percepción de guiñapo ante el vitalismo de su padre se extiende en numerosos ejemplos a la percepción que de él tenía como un poder absoluto:
Gobernabas el mundo desde tu sillón. Siempre tenías razón, y cualquier otra opinión tenía por fuerza que ser absurda […] Adquiriste a mis ojos el carácter enigmático de todos los tiranos, cuya infalibilidad emana de su persona, no de sus pensamientos. O por le menos así me lo parecía.

Leni y el cuadro del juez
O después de narrar un episodio de la infancia en la que su padre le castigó con desmesura, habla de él de la siguiente manera:

Pasados algunos años todavía me atormentaba la idea de que aquel hombre enorme, mi padre, el detentador del poder absoluto, pudiera, sin apenas motivo alguno, aparecer en plena noche, arrancarme de la cama y sacarme a la galería, demostrando con ello lo poquísimo que yo le importaba.

Finalmente, hay un párrafo que parece aplicable a la vivencia que se expresa a través de Joseph K durante toda la novela de El proceso. En este párrafo Kafka describe toda una serie de normas y exigencias que el padre imponía y que él era el primero en no cumplir. Dice este texto al final:
Hermann Kafka
Por favor, padre, entiéndeme bien: todas esas cosas, por sí mismas, son insignificantes; lo que las hacía devastadoras para mi era el hecho de que tú mismo, la persona cuyo criterio era para mí absolutamente definitivo, no te plegaras a los mandatos que me imponías. De ese modo, el mundo se dividía en tres partes: una, en la que vivía yo, el esclavo, sometido a leyes  inventadas sólo para mí, y que, sin saber por qué, nunca conseguía cumplir a satisfacción; luego, una segunda, infinitamente lejana, en la que vivías tú, ocupado en gobernar, dictar decretos y enfadarte ante su incumplimiento; y finalmente una tercera, donde vivía feliz el resto de la gente, libre de mandatos y obediencia.
Este texto explicaría perfectamente la percepción de una ley obscena, una ley que justamente se excluye de sus leyes, y de la que Joseph K es su víctima.

2. ANTE LA PUERTA DE LA LEY: LA HUMILLACIÓN Y LA TRANSGRESIÓN. 

En esta fase de la novela Joseph K perfila mejor que en ningún momento su carácter trágico, ese elemento esencial que caracteriza a los héroes trágicos: la desesperación. Es algo que el abogado Huld le dice a Joseph K a partir de la atracción que siente Leni por él… y por otros acusados. Es interesante a que lo atribuye Huld:

Los acusados son precisamente los más atractivos. No puede ser la culpa lo que los hace atractivos, porque – así tengo que hablar al menos como abogado – no todos son culpables; tampoco puede ser el castigo futuro el que los hace ya atractivos, porque no todos son castigados; por consiguiente, sólo puede ser el proceso iniciado contra ellos, que de algún modo trae eso consigo.

Orson Welles como el abogado Huld.
En los capítulos que siguen al encuentro con el tío, el abogado Huld (que significa esperanza) y Leni, nos encontramos con la entrada en escena de dos personajes más, cada uno de ellos posicionado de manera distinta ante El proceso: el comerciante Block y la humillación y el pintor Titorelli y la transgresión.

2.1. Block y la humillación.
Block es otro acusado que, por decirlo de alguna manera, se ha convertido en un súbdito de Huld, súbdito en el pleno sentido de la palabra: aquel sujeto sometido a una autoridad con la obligación de obedecerle. Tanto en la escena de la película, como en la del libro, se observa este aspecto tan frecuente del súbdito víctima del abuso de la autoridad, en ese caso víctima de la autoridad del abogado en una especie de acuerdo en el que la protección de éste es a cambio de no sólo la sumisión sino también la humillación. Hallamos múltiples referentes de éste en La carta al padre, por ejemplo:
Tú sin embargo me cerraste la boca desde bien pronto; tu amenaza “¡Ni se te ocurra contradecirme!” y la mano levantada que la acompaña me resultan familiares desde siempre […] y me acostumbré a hablar en tu presencia a trompicones y tartamudeando. Y como eso seguía pareciéndote excesivo, acabé callando del todo, al principio quizá por tozudez, pero luego porque era incapaz de pensar y de hablar en tu presencia. Y como tu eras mi educador, eso se extendió a todos los rincones de mi vida. Es realmente extraño que pienses que nunca me he plegado a tus deseos. En realidad, y al revés de lo que tu crees y me reprochas, “llevar la contraria por sistema”, nunca ha sido el principio por el que me rijo  en todo lo referente a ti […] si soy como soy […] es a causa de tu educación y de mi obediencia.
Otro ejemplo significativo e ilustrativo de la percepción de la Ley acerca de la ironía paterna:
La ironía te parecía un medio educativo especialmente eficaz, que además resultaba perfectamente natural, dada tu superioridad sobre mí. Normalmente tus amonestaciones adoptaban la siguiente forma: “¿No puedes hacer esto así, asá…? ¿Qué pasa, es demasiado para ti? Claro, no tienes tiempo, pobrecito” y cosas similares. Y cada una de esas preguntas iba acompañada de la correspondiente risa sarcástica y del gesto malicioso. En cierto modo, el castigo llegaba antes de que uno supiera que había hecho algo malo.
Block, de cierta manera, vive en ese estado con Huld, un estado que el propio Huld le recomienda a K cuando ante la voluntad de éste de despedirlo le dice: “con frecuencia es mejor estar encadenado que libre.” Y que más adelante lo ratifica cuando le dice a Block, ante su miedo: “¿Qué quieres? Todavía estás vivo, todavía estás bajo mi protección. ¡Es un miedo absurdo!” Block es el ejemplo más claro de que lo que aquí se demanda no es tanto si uno es inocente o no (como más adelante le aclarará Titorelli no se conoce que el tribunal haya dictado ninguna absolución auténtica), se trata de aceptar estar bajo acusación, de aceptar el proceso que es lo que da certeza a la acusación. Si aceptamos el proceso como el castigo en sí mismo, entendemos ahora perfectamente la frase de Kafka de que “en cierto modo, el castigo llegaba antes de que uno supiera que había hecho algo malo”.
Y esto es algo que si ya tiene mucho que ver con la culpa de ser, con el sentimiento inconsciente de culpa… Nacer culpable de ser nos enfrenta a la vida como un proceso judicial en el que  lo importante es vivir acusado… Es posible vivir, como dice Huld,  mientras se acepten las cadenas del proceso sin fin en la que esta se convierte. El superyó que nos habita se erige entonces en un poder en el que lo que importa es la eterna acusación, la eterna sospecha, el castigo profiláctico ya no tanto sobre hechos concretos – que también – sino sobre el hecho de la propia existencia como algo inadecuado e inesperado, lo cual le convierte esencialmente en el portador de una Ley caótica en donde lo que importa es la acusación, no la justicia ni lo justo, ni tan siquiera la propia coherencia, puesto que esté superyó hoy nos acusa por rebelarnos y mañana por ser cobardes de no hacerlo, hoy por ser promiscuo y mañana por ser reprimido…  la causa es lo de menos, la esencia es la acusación.
Block arrodillado ante la cama de Huld

2.2. El pintor Titorelli y el parasitismo.
Resulta interesante el planteamiento que hace Titorelli a Joseph K:
Me he olvidado de preguntarle ante todo qué clase de liberación quiere. Hay tres posibilidades, a saber, la absolución auténtica, la absolución aparente y el aplazamiento indefinido. La absolución auténtica es naturalmente la mejor, pero no tengo la más mínima influencia en esa clase de solución. En mi opinión, no hay nadie que tenga influencia en la absolución auténtica. En ese caso decide probablemente sólo la inocencia del acusado.
Obviamente, tanto la absolución aparente como el aplazamiento indefinido se trata de estrategias basadas en las influencias (Titorelli es el pintor que hace los cuadros de los jueces) y, en todo caso, se trata de soluciones temporales. En la absolución aparente e se trata de un tipo de absolución que no evita que el tribunal vuelva a acusar, volviendo así a empezar la estrategia, mientras que el aplazamiento indefinido se trata “de mantener continuamente el proceso en sus fases procesales inferiores. Para conseguirlo es necesario que el acusado y la persona que le ayuda, especialmente éste, estén en constante contacto personal con el juez”. Tanto en un caso como en el otro, como en el caso del abogado Huld antes, la cuestión se trata de alargar el procedimiento mediante maniobras basadas en las influencias de personajes como Huld o el mismo Titorelli que se supone tienen ciertas ventajas de comunicación con los jueces (nunca el tribunal, que se pierde en alturas incognoscibles) y que pueden intermediar por sus “acusados” logrando así “favores” que alargan o postergan la toma de decisiones con respecto a su proceso… lo cual no confirma más que el proceso es interminable. Y todo ello siempre a costa de la humillación que demanda Huld o el “pago” en compra de cuadros que requiere Titorelli para sus servicios.  Hay un momento en el que éste le dice a K algo muy interesante con respecto a las contradicciones que ve nuestro héroe en el funcionamiento del tribunal:
He hablado de dos cosas distintas: de lo que dice la ley y de lo que he sabido por mi experiencia personal, no debe usted confundirlas. En la Ley, aunque no la he leído, dice naturalmente, por una parte, que el inocente será absuelto, y por otra no dice que se pueda influir en los jueces. Ahora bien, mi experiencia es exactamente la contraria. No conozco ninguna absolución auténtica, pero sí, en cambio, muchas influencias.
Titorelli se manifiesta así como la típica sanguijuela que agarrándose a la piel del acusado le exprime en beneficio propio como un verdadero parásito que se agarra a su víctima para ya no soltarle más.
3. LAS MUJERES DE EL PROCESO: EL AMOR COMO INTERMEDIARIO.
Es de destacar el papel que juegan las mujeres con las que K se tropieza a lo largo de su historia, especialmente la lavandera y Leni. Ambas se constituyen en intermediarios de Joseph K con jueces de bajo nivel (la lavandera), o como en el caso de Leni con el abogado Huld. Ambas manifiestan desear y amarle y, sin embargo sirven una a un juez que la desea y la otra al abogado. Ambas quieren poseerle y, sin embargo, viven dócilmente al servicio de esos hombres del tribunal, por ambas K se siente engañado. Especialmente perturbadora, en una escena rodada de manera impactante por Orson Welles, en la que son las niñas que viven alrededor de la casa de Titorelli quienes como auténticas arpías persiguen a K como queriéndose apoderar de él.
Si la intermediación que ofrecen Huld y Titorelli se basa en el miedo, la de las mujeres es una intermediación basada en el amor…  ¿Qué nos refleja de Kafka este punto? Volvemos a la carta al padre:
Julie, madre de Kafka
Es verdad que mamá albergaba una bondad ilimitada hacia mi, pero a mis ojos todo esto estaba relacionado contigo, es decir, tenía un cariz negativo. Mamá desempeñaba inconscientemente el papel del ojeador en la cacería. En el caso improbable de que tus métodos educativos, al despertar en mí la obstinación, el rechazo o incluso el odio, me hubieran permitido alzarme, mamá se habría encargado de aplacarme con su bondad, con sus palabras razonables (en el caos de mi infancia ella era el prototipo de la razón), mediando entre nosotros, y yo volvería a caer en tu círculo, del que de otro modo quízá habría conseguido escapar, para tu bien y el mío. O bien no llegaba a producirse una verdadera reconciliación, y simplemente mamá me protegía de tí en secreto, me daba o me permitía algo a escondidas, y luego así volvía a ser ante tí el ser escurridizo, el farsante, consciente de su culpa, que, debido a su nulidad, tenía que conseguir por medios clandestinos incluso aquello a lo que creía tener derecho.

y más adelante dice:

Si quería huir de ti, tenía que huir también de la familia, incluso de mamá. En ella se podía encontrar refugio, pero solo en lo tocante a tí. Te quería demasiado, y su lealtad y sumisión hacia tu persona pesaban demasiado para permitirle erigirse a la larga en una fuerza psicológica independiente capaz de desempeñar un papel en la lucha del niño.

4. ANTE LA PUERTA DE LA LEY.
Llegamos así al final de la obra, a su penúltimo capítulo que transcurre precisamente en una catedral y que tiene como personaje protagonista, a parte de Joseph K, a un sacerdote. Esta sea quizá la parte más pobremente resuelta en la película de Welles cuando en realidad constituye un capítulo fundamental en el entramado de la novela… Es en él donde se cuenta el relato de “Ante la ley” (ver escena de la película en la parte I, o leer relato en nota [2]), en realidad un relato escrito previamente por Kafka como tal y que incluyo en la novela, y en el que el sacerdote, junto con K, parece intentar una exégesis de él. Veamos algunas pistas fundamentales a través del diálogo que se establece entre ambos:
Joseph K y el sacerdote en la catedral

“¿Qué vas a hacer con tu asunto en lo venidero?”, preguntó el sacerdote. “Voy a buscar más ayuda”, dijo K, levantando la cabeza para ver como juzgaba el sacerdote sus palabras. “Hay ciertas posibilidades que no he aprovechado”. “Buscas demasiada ayuda ajena”, dijo el sacerdote con desaprobación, “y especialmente de mujeres. No te das cuenta de que no es esa la verdadera ayuda.”
Cito este pasaje por la relación que observo entre él y la exégesis que se intenta hacer del relato “Ante la puerta de la ley”. Toda la discusión entre el sacerdote y K estriba en el personaje del guardián, sobre si actúa engañando al campesino o no. Como observa Pietro Citati parece que la discusión es profunda (no olvidemos que el sacerdote es también del tribunal), pero no es más que un engaño más. La historia, no obstante, presenta dos puntos que nos dan una pequeña pista: por un lado a la llegada del campesino a la puerta y la pregunta al guardián sobre si puede pasar, a lo que el primero le dice: "Es posible", dice el guardián "pero no ahora".  Por otro lado tenemos ese momento en el que el campesino se asoma a mirar por la puerta y el guardián le dice: Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohición. Pero ten en cuenta una cosa: soy poderoso. Y sólo soy el más humilde de los guardianes. Sala tras sala hay otros guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Ni siquiera yo puedo soportar ya la vista del tercer guardián. En la primera respuesta se ofrece una posibilidad en el futuro a pesar de la prohibición en el presente. En la segunda se ofrece la posibilidad de entrar a pesar de la prohibición, pero se le previene asustándolo sobre el poder de los guardianes de las otras puertas. Y el campesino espera, espera, espera... ¿Qué espera? Simple, obvio, que le den entrada. Veamos ahora el siguiente fragmento de La carta al padre:


Kafka de niño
A la hora de valorarme a mí mismo, dependía mucho más de ti que de cualquier otra cosa, como los éxitos palpables que pudiera tener. Esos éxitos no eran más que estímulos momentáneos; por otro lado, tu peso me arrastraba siempre hacia abajo con más fuerza. Yo pensaba que jamás llegaría a acabar el primer curso de primaria, pero lo conseguí, incluso con un premio; pero el examen de ingreso de bachillerato seguro que no lo aprobaría, y sin embargo lo aprobé; pero ahora seguro que suspendo el primer curso de bachillerato, y no, no suspendí, y así fui avanzando año tras año. Sin embargo, eso no me infundía confianza, sino al contrario: siempre estuve convencido – y tu gesto de desaprobación era la pruebe palpable – de que cuanto más lejos llegara, peor acabaría. Me imaginaba muchas veces a los catedráticos reunidos en horrenda asamblea (el bachillerato es solo el ejemplo más homogéneo, pero todo lo que me rodeaba era parecido) después de aprobar yo el primer curso de bachillerato, cuando ya cursaba el segundo, y después de aprobar éste, cuando ya cursaba el tercero, y así sucesivamente, congregados para estudiar aquel caso inaudito y escandaloso, incapaces de entender como yo, el menos capacitado y en cualquier caso el más ignorante, había  conseguido colarme en aquella clase, que ahora que la atención de todos se había centrado en mí, me vomitaría de inmediato, naturalmente, para alborozo de todos los justos liberados por fin de aquella pesadilla. Para un niño no es fácil vivir con semejantes ideas.

No suena acaso este texto como una viva representación del relato de Ante la Ley… A cada paso siempre un nuevo guardián cada vez más temible que parece prohibirle el acceso a la siguiente sala. Cada logro engendra un guardián más poderoso y que, en el supuesto caso de que lograra llegar al final de las puertas, tan sólo parece llevarle a la escena más cruel de todas: la congregación del tribunal (Me imaginaba muchas veces a los catedráticos reunidos en horrenda asamblea).

Y este es justamente el problema de Kafka representado a través de Joseph K, el problema de la eterna espera de la señal del padre: dependía mucho más de ti que de cualquier otra cosa. No importan tanto los resultados como esa esperada señal de aprobación paterna que nunca llegaba: y tu gesto de desaprobación era la prueba palpable. En otra parte de la carta dice Kafka hablando de él:

… ocurre como en ese juego infantil en el que  uno sujeta la mano del otro y la mantiene apretada mientras grita: “Venga, venga, vete. ¿Por qué no te vas?”. Lo cual en nuestro caso se complica por el hecho de que ese “vete” siempre ha sido sincero, pese a que, también siempre, sin saberlo, me has retenido, o mejor dicho, oprimido, y todo debido a tu manera de ser.

Lo cual también se transforma en un reflejo de lo que fue la propia actitud de Kafka con su padre, con lo cual el texto se podría reconvertir en:

“Venga, venga, me voy. ¿Por qué no me dejas?” […] ese “me voy” siempre ha sido sincero, pese a que, también siempre, sin saberlo, me he retenido, o mejor dicho, oprimido, y todo debido a mi manera de ser.

La tragedia de Kafka representada por Joseph K, aquello que convierte a ambos en héroes trágicos es no poder salir de ese estado de encantamiento en relación al padre, el no poder trascender que de la misma manera que el padre sujeta el hijo. el hijo no se suelta y se agarra al padre. El estado de encantamiento procede de ese lugar de espera en el que se necesita el permiso, la aprobación final para atravesar la puerta de la Ley, o mas concretamente paras traspasarla más allá de la presencia del guardián y de su supuesta prohibición. Joseph K en el proceso y Kafka en su vida parecen no atravesar el estadio de la infancia como bien indica Nora Catelli en su prólogo al segundo tomo de las obras completas de Kafka al comentar La carta al padre:

Por esta razón La Carta al padre ha asumido en la literatura del siglo XX, un caracter ejemplar: lo que se dibuja allí es un sujeto nuevo, un menor perpetuo que dirime en el estricto círculo familiar su entero destino.

Esa lucidez parece provenir, entonces, de su atención perpleja y fascinada a la construcción del mundo, construcción que tendría en el padre - en todo padre - al gran arquitecto y en el hijo eterno a su vasallo.[3]

Lo que convierte en héroe trágico a Joseph K, como al mismo Kafka es su obstinación en pedir al tribunal uno, al padre el otro, la absolución auténtica, aquella en la que nadie puede mediar y que depende directamente del tribunal. Esa reclamación de absolución es en sí misma la mayor esclavitud para la libertad, la que convierte en castigo el propio proceso. El tribunal para Joseph K, como la relación con el padre de Kafka, son lugares inalcanzables porque sólo existen en la psique de sus protagonistas. No es el tribunal ni Hermann Kafka el problema de nuestros héroes… es su culpa, la culpa interiorizada y prologada como autoacusación gestionada por el propio superyó y continuamente proyectada en el mundo exterior, no sólo en el padre, sino hacia el mundo en general. Kafka expresa esa impotencia interna en toda esa crudeza en ese extraordinario libro de Gutav Janouch titulado Conversaciones con Kafka, y en la que éste nos cuenta, hablando de la relación con su compañero de despacho Trempl:
Para usted Trempl es alguien completamente extraño. Le mira como si fuera un bicho raro metido en una jaula.
Para entonces el Doctor Kafka me miró los ojos casi con enfado y dijo en voz baja y áspera por la energía reprimida:
- Se equívoca, soy yo y no Trempl quien está metido en una jaula.
- Es natural, la oficina…
El doctor Kafka me interrumpió:
- No sólo aquí, en la oficina, sino en general -
Dicho esto apoyó el puño derecho sobre el corazón - yo siempre llevo las rejas dentro de mí - [4]

4. EL FIN: LA MUERTE DE JOSEPH K.
Esta necesidad de absolución auténtica, la necesidad de que el tribunal responda, es la que deriva en tragedia para Joseph K… La metáfora que se puede extraer de su final es que esa necesidad de absolución se convierte en incapacidad para vivir: Joseph K es ejecutado por unos verdugos, pero en toda esa escena final, tanto en la del libro como en la versión modificada por Welles, no deja de observarse esta entrega voluntaria a la muerte en una especie de “martirio” que pone de relieve la injusticia de ella, es el acto final de desafío al tribunal. La lectura menos metafórica pone de relieve este punto que afecta en ocasiones a nuestras vidas reales, como afectó a la de Kafka, y en la que si no logramos trascender ciertos apegos ell precio que pagamos es, justamente, una cierta muerte en vida, o una vida entre rejas como nos diría Kafka, una vida vivida en la permanente carencia como ya nos mostró en su relato Un artista del hambre, y que en sus conversaciones con Janouch toma expresión en fragmentos como el siguiente que, además, tiene una lectura social como ha ocurrido con la obra de Kafka en general:
Se está regresando al estado animal, que resulta mucho más fácil que la existencia humana. Bien arropado por el rebaño, el hombre actual desfila por las calles de la ciudad en dirección al trabajo, al pesebre y a la diversión. En una vida perfectamente acompasada como en el Instituto. No hay mara villas, sino solo instrucciones de uso, formularios y normativas. A la libertad y responsabilidad se les tiene miedo. Pero el hombre prefiere ahogarse detrás de las rejas que se ha fabricado.[5]
Muerte de Joseph K
Joseph K, como el propio Kafka es el héroe que queda entre dos mundos: el que se rebela contra el mundo de la Ley  y el que, no obstante, no encuentra el camino de la libertad y la responsabilidad, ese estado que Lacan introdujo como el entre-dos-muertes en el seminario VII , la ética del psicoanálisis, en su comentario sobre la tragedia de Antígona (que fue enterrada en vida convirtiéndose en una muerta viva), un estado caracterizado por una suspensión entre dos registros (en nuestro caso entre la sumisión y la libertad), un estado que es en sí mismo un suplicio.
Hay que ver en la muerte de Joseph K la culminación de la imposibilidad de salir de este estado de suspensión, la muerte también como culminación de una cierta venganza sobre la injusticia, sobre el capricho de la ley que acusa arbitrariamente, sobre el padre finalmente en Kafka. 

CONTINUA EN LAS SIGUIENTES ENTRADAS.


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EL PROCESO. EL SENTIMIENTO DE CULPA, DE KAFKA PASANDO POR ORSON WELLES (I)

PARTE I. LA CULPA SIN NOMBRE









EL PROCESO: EL SENTIMIENTO DE CULPA, DE KAFKA PASANDO POR ORSON WELLS (II).  

PARTE II. EL DIOS MALEVOLENTE, LA LEY OBSCENA Y EL HÉROE TRÁGICO.










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[1] La traducción utilizada aquí se basa en la Obra completa de Kafka, tomo II. Diarios y Carta al padre. Escrita en 1919 estano fue jamás leída por el padre. Si lo hizo la madre quién parece que jamás quiso que la leyera. Se recuperó en 1952. Pulsa aquí para descargar la carta al padre
[2] ANTE LA LEY (Franz Kafka). Ediciones Orión, Buenos Aires, 1974.
Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.
—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.
Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:
—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.
El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:
—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.
Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.
El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?
El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.
—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.
[3] Catelli, Nora. Prólogo al tomo II de la OC de Kafka (Diarios y carta al padre) en Galaxia Gutemberg, págs. 34 y 35
[4] Janouch, Gustav, Conversaciones con Kafka. Ediciones Destino, págs. 57 y 58
[5]  Ídem anterior, pág. 62
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KAFKA EN EL CINE Veamos a continuación algunas adaptaciones interesantes de la obra de kafka en el cine:

THE TRIAL - EL PROCESO - (1993, David Jones)

The Trial  (El proceso), dirigida en 1993 por David Jones sobre la adaptación que hizo Harold Pinter para el teatro,  es en muchos sentidos una versión inferior a la de Welles. Tiene como protagonista a Kyle MacLachlan (el famoso agente del FBI de la serie Twin Peaks) y cuenta con la interesante participación de Anthony Hopkins (como el sacerdote) y de Jason Robards (como el abogado Huld). Difícil sustituir el sugestivo blanco y negro de Welles asñi como su imponente dirección o a un Anthony Perkins en uno de los papeles más significativos de su carrerera (junto a Psicosis de Hitchcock)



KAFKA, LA VERDAD OCULTA (1991, Steven Soderbergh)

Ficción en forma de thriller basada en la personalidad y la obra de Kafka, pero sin tomar ambas como referencias exclusivas del tema, aunque la presencia del castillo y el tema del secreto tras la puerta están muy presentes, y en la que nada es lo que parece yendo su protagonista de sorpresa en sorpresa. Cinta sumamente interesante - a pesar de tener la ortodoxia Kafkiana en contra - que tiene a Jeremy Irons en el papel de Kafka, en una de sus más brillantes interpretaciones, y que cuenta además con actores del calibre de Theresa Rusell, Alec Guinnes, Armin Mueller-Sthal o Ian Holm entre otros.



EL CASTILLO (1968, Rudolf Noelte).

Primera versión llevada al cine por este director suizo y que cuenta con la interpretación de Maximilian Shell (que también fue su productor) en el papel del agrimensor K. película muy bien realizada y altamente recomendable que cuenta con el guión del propio director y que recoge esa atmósfera agobiante del mundo de Kafka del individuo que se intenta manejar en un mundo irracional y tan poco humano como lo es el del tribunal en El proceso.




EL CASTILLO (1997, Michael Haeneke)

Una versión muy fiel a la obra de Kafka realizada para la televisión por uno de los directores más interesantes del momento: Michael Haneke. Conocido por obras como La cienta blanca, Funny games, Caché o La pianista, El castillo cuenta con críticas diversas si bien yo soy del parecer que es una buena película si antes se ha leído el libro, si no... puede parecer lenta y aburrida.




AMÉRICA (1997, Vladimir Michalek)

Adaptación de la primera novela de Kafka de este director checo que no salió de su país, con lo cual es practicamente imposible ver esa película. Relata las aventuras de Karl Rossman, un muchacho de dieciséis años que embarca para el Nuevo Continente en busca de fortuna. Para algunos, Amerika es una de las piezas magistrales del escritor. Otros, sin embargo, son más escépticos sobre si verdaderamente Kafka escribió una novela o simplemente se trata de una serie de relatos breves (siete), inconclusos.

2 comentarios:

  1. Brillante interpretación de la obra de Kafka,sutíl y emotiva, cercanamente empática y compasiva a la vez que dura e implacabe. Gracias por acercarnos a esta obra de una manera tan personal como lo haces en tus tres artículos.Se nota que tu acercamiento a él es también por similitud de caracter... Marta

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  2. Gracias Marta por tu comentario. Efectivamente la obra de Kafka es una de las primeras obras, quizá junto con la más esperanzadora de Hesse, que me permitió comprender ciertas vivencias que me sucedían...

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