La película Life (Daniel Espinosa, 2017), es una película de ciencia ficción que aborda el descubrimiento de vida hallada en unas muestras transportadas por una cápsula proveniente del planeta Marte. Protagonizada por Jake Gyllenhaal (como el oficial médico Davis Jordan), Rebecca Fergusson (como la médico de Control de Enfermedades Miranda North), Ryan Reynolds (como el ingeniero de vuelo Rory Adams), Ariyo Bakare (como el exobiólogo Hugh Derry), Hiroyuki Sanada (como el ingeniero de sistemas Sho Murakami) y Olga Dykhovichnaya (como la comandante de la Misión, Ekaterina Golovkina), se trata de una nueva variación sobre la gran película de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), y que nos permite reflexionar (como también nos lo hubiera permitido la misma Alien) sobre dos aproximaciones que me parecen interesantes.
Para la primera de ellas recurriremos a un fragmento de una escena en la que, tras el desarrollo de lo que, aparentemente, no era más que una célula, una especie de flagelado (a la que bautizan con el nombre de Calvin), se acaba transformando en un auténtico depredador, y tras registrarse sus primeros ataques y las primeras muertes (ataca al exobiólogo y mata al ingeniero de vuelo Rory y la comandante de la misión), el exobiólogo Hugh dice lo siguiente a sus compañeros: "Solo supervivencia. La propia existencia de la vida requiere destrucción. Calvin no nos odia, tiene que matarnos para sobrevivir." De repente nos encontramos con Schopenhauer en el espacio y su voluntad de vivir. De Calvin podemos decir lo mismo que dice Ash, el oficial médico de la Nostromo, que luego se revela un robot, y que dice del Alien: "No sabéis a lo que os enfrentáis, un perfecto organismo. Su perfección estructural sólo es igualada por su hostilidad. Admiro su pureza. Es un superviviente al que no afectan la consciencia, los remordimientos ni las fantasías de moralidad". Tanto Alien, el octavo pasajero, como ahora el Calvin de Life, ponen a sus protagonistas frente a crueldad de la vida, o parodiando a Ash, podemos axtasiarnos ante la belleza estructural de un ecosistema, o ante la belleza de un paisaje, pero nada obvia la, a nuestros ojos, cruel y violenta relación que fundamenta las cadenas tróficas de alimentación. Calvin, como Alien, son organismos perfectamente desarrollados para matar, son sobrevivientes y superdepredadores y, en ese sentido, describen perfectamente la visión que Schopenhauer tenía de de la naturaleza:
Continuamente la materia persistente tiene que cambiar de forma cuando, al hilo de la causalidad, fenómenos mecánicos, físicos, químicos y orgánicos, ávidos de manifestarse, se arrebatan unos a otros la materia, porque cada uno quiere revelar su idea. A través de toda la naturaleza se puede seguir esa lucha, e incluso no consiste más que en ella [...] pero esa lucha no es sino la revelación de la esencial escisión de la voluntad respecto de sí misma. Esa lucha universal se hace visible con la máxima claridad en el mundo animal, que se alimenta del vegetal y en el que a su vez cada animal se convierte en presa y alimento de otro, es decir, la materia en la que se presentaba su idea ha de retirarse para que se presente otra, ya que cada animal no puede conservar su existencia más que mediante la constante supresión de la ajena; de modo que la voluntad de vivir se consume a sí misma y es su propio alimento en diversas formas [1]
Ahora bien, en el título español, y en esas modificaciones a las que se nos tiene habituados, se añade una matización, desde luego no menos cierta: "Life... Vida inteligente". Y así es, porque a diferencia de Alien, un gran superdepredador, puro instinto, pura voluntad de vivir, Calvin, que también lo es, demuestra tener además una notable inteligencia. De hecho Calvin es un cruce entre el monstruo de Alien, y los invasores inteligentes que, por ejemplo, aparecen en "La Guerra de los mundos" o en "The Thing", por poner sólo dos ejemplos, donde esa inteligencia que poseen, no obstante, no ofrece en ningún momento posibilidad alguna de comunicación.
Y eso nos abre a la segunda aproximación, la posibilidad de contemplar a Calvin como la Otredad que nos habita como especie. Aquello que no queriendo ser también somos. Tenemos un ejemplo en Alien, cuando la corporación Weiland-Yutani está interesada en capturar al alien para su división armamentística y, en nombre de eso, todo es prescindible, tripulación incluida. Sin embargo, y en el caso del ser humano, esa otredad no se fundamenta exactamente con la voluntad de vivir, tal y como la entendía Schopenhauer... O, por lo menos, no se trata sólo de voluntad de vivir, de supervivencia, aquí tenemos que hablar también de voluntad de dominación, de codicia, de poder. Calvin, por decirlo en el lenguaje de La Guerra de las Galaxias, es nuestro reverso tenebroso. Eso hace del ser humano un ser especialmente peligroso, una inteligencia fría, pulsional al estilo de la definición que hace Ash del Alien, lo único que aquí con inteligencia, es decir, una inteligencia al servicio de la voluntad de dominación, de la codicia, a la que no afectan ni la conciencia, ni los remordimientos ni las fantasías de moralidad. Schopenhauer lo definía con la expresión latina Homo hominis lupus (El lobo es el lobo para el hombre), y así, colocándonos en la cúpula de las cadenas tróficas, nos dice:
hasta que al final el género humano, al imponerse sobre todos los demás, considera la naturaleza como un producto para su propio uso; si bien, como veremos en el libro cuarto, ese género revela en sí mismo con la más atroz claridad aquella lucha, aquella autoescisión de la voluntad, y se produce el homo homini lupus. [2]
Esa escisión de la que habla Schopenhauer es esa bestia que acecha desde los sótanos de la psique o desde la implacable superficie del narcisismo patológico que no requiere de psicópatas en el clásico sentido de asesinos en serie. Porque... ¿no actúan acaso como tales, hoy en día, los mercados, los intereses de las corporaciones multinacionales y los grandes bancos arropados por los gobiernos y los políticos, la ambición política y también la corrupción y suciedad que la envuelve, la existencia de organizaciones xenófobas o fascistas, organizaciones criminales y terroristas, fundamentalismos de todo tipo? No olvidemos la banalidad del mal que describió Hannah Arendt a partir de su análisis del juicio de Adolf Eichman, la crueldad y la violencia gratuítas que se han registrado en las guerras, etcétera, etcétera... Recordemos. en la segunda película de la serie de Alien, Aliens el regreso (James Cameron, 1979), al personaje de Carter Burke, quien priva los intereses de la empresa, el valor del alien como armamento, o la posibilidad de adinerarse con ello, por encima de la vida de cualquiera de los seres humanos que le acompañan en la expedición, además de haber expuesto a la colonia de ex-terráqueos que han colonizado el planeta a los aliens, quienes acaban con todos ellos.
Somos la única especie capaz de destruirnos entre nosotros, de destruirnos con especial crueldad y violencia, una crueldad y violencia no sólo física, también social y psíquica, y no sólo eso, si no de destruir con la misma crueldad y violencia nuestro planeta. Ninguna especie, hasta nuestra llegada, había desarrollado tal capacidad letal.
De hecho, encontramos en el oficial médico Jordan el ideal de la actitud del hombre de Schopenhauer ante este mundo cruel. Jordan lleva mucho tiempo en la estación espacial y parece no tener ningún interés en volver a la Tierra. Apartado de todo se conforma con su aislamiento, lejos de los humanos. De hecho le dice a su compañera de control de enfermedades North:
Me gusta estar aquí. Cuando estaba en el ejército me enviaron a Siria. Montábamos hospitales, atendíamos a los heridos. Volvíamos al cabo de dos semanas y habían bombardeado la aldea [...] Odio lo que nos hacemos en la Tierra.
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[1] Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Ed. Trotta, par. 174
[2] Ídem anterior, pár. 174
Para la primera de ellas recurriremos a un fragmento de una escena en la que, tras el desarrollo de lo que, aparentemente, no era más que una célula, una especie de flagelado (a la que bautizan con el nombre de Calvin), se acaba transformando en un auténtico depredador, y tras registrarse sus primeros ataques y las primeras muertes (ataca al exobiólogo y mata al ingeniero de vuelo Rory y la comandante de la misión), el exobiólogo Hugh dice lo siguiente a sus compañeros: "Solo supervivencia. La propia existencia de la vida requiere destrucción. Calvin no nos odia, tiene que matarnos para sobrevivir." De repente nos encontramos con Schopenhauer en el espacio y su voluntad de vivir. De Calvin podemos decir lo mismo que dice Ash, el oficial médico de la Nostromo, que luego se revela un robot, y que dice del Alien: "No sabéis a lo que os enfrentáis, un perfecto organismo. Su perfección estructural sólo es igualada por su hostilidad. Admiro su pureza. Es un superviviente al que no afectan la consciencia, los remordimientos ni las fantasías de moralidad". Tanto Alien, el octavo pasajero, como ahora el Calvin de Life, ponen a sus protagonistas frente a crueldad de la vida, o parodiando a Ash, podemos axtasiarnos ante la belleza estructural de un ecosistema, o ante la belleza de un paisaje, pero nada obvia la, a nuestros ojos, cruel y violenta relación que fundamenta las cadenas tróficas de alimentación. Calvin, como Alien, son organismos perfectamente desarrollados para matar, son sobrevivientes y superdepredadores y, en ese sentido, describen perfectamente la visión que Schopenhauer tenía de de la naturaleza:
Continuamente la materia persistente tiene que cambiar de forma cuando, al hilo de la causalidad, fenómenos mecánicos, físicos, químicos y orgánicos, ávidos de manifestarse, se arrebatan unos a otros la materia, porque cada uno quiere revelar su idea. A través de toda la naturaleza se puede seguir esa lucha, e incluso no consiste más que en ella [...] pero esa lucha no es sino la revelación de la esencial escisión de la voluntad respecto de sí misma. Esa lucha universal se hace visible con la máxima claridad en el mundo animal, que se alimenta del vegetal y en el que a su vez cada animal se convierte en presa y alimento de otro, es decir, la materia en la que se presentaba su idea ha de retirarse para que se presente otra, ya que cada animal no puede conservar su existencia más que mediante la constante supresión de la ajena; de modo que la voluntad de vivir se consume a sí misma y es su propio alimento en diversas formas [1]
El protoplasmático alien de Life: Calvin
Ahora bien, en el título español, y en esas modificaciones a las que se nos tiene habituados, se añade una matización, desde luego no menos cierta: "Life... Vida inteligente". Y así es, porque a diferencia de Alien, un gran superdepredador, puro instinto, pura voluntad de vivir, Calvin, que también lo es, demuestra tener además una notable inteligencia. De hecho Calvin es un cruce entre el monstruo de Alien, y los invasores inteligentes que, por ejemplo, aparecen en "La Guerra de los mundos" o en "The Thing", por poner sólo dos ejemplos, donde esa inteligencia que poseen, no obstante, no ofrece en ningún momento posibilidad alguna de comunicación.
Calvin en los primeros pasos de su desarrollo. |
Y eso nos abre a la segunda aproximación, la posibilidad de contemplar a Calvin como la Otredad que nos habita como especie. Aquello que no queriendo ser también somos. Tenemos un ejemplo en Alien, cuando la corporación Weiland-Yutani está interesada en capturar al alien para su división armamentística y, en nombre de eso, todo es prescindible, tripulación incluida. Sin embargo, y en el caso del ser humano, esa otredad no se fundamenta exactamente con la voluntad de vivir, tal y como la entendía Schopenhauer... O, por lo menos, no se trata sólo de voluntad de vivir, de supervivencia, aquí tenemos que hablar también de voluntad de dominación, de codicia, de poder. Calvin, por decirlo en el lenguaje de La Guerra de las Galaxias, es nuestro reverso tenebroso. Eso hace del ser humano un ser especialmente peligroso, una inteligencia fría, pulsional al estilo de la definición que hace Ash del Alien, lo único que aquí con inteligencia, es decir, una inteligencia al servicio de la voluntad de dominación, de la codicia, a la que no afectan ni la conciencia, ni los remordimientos ni las fantasías de moralidad. Schopenhauer lo definía con la expresión latina Homo hominis lupus (El lobo es el lobo para el hombre), y así, colocándonos en la cúpula de las cadenas tróficas, nos dice:
hasta que al final el género humano, al imponerse sobre todos los demás, considera la naturaleza como un producto para su propio uso; si bien, como veremos en el libro cuarto, ese género revela en sí mismo con la más atroz claridad aquella lucha, aquella autoescisión de la voluntad, y se produce el homo homini lupus. [2]
Esa escisión de la que habla Schopenhauer es esa bestia que acecha desde los sótanos de la psique o desde la implacable superficie del narcisismo patológico que no requiere de psicópatas en el clásico sentido de asesinos en serie. Porque... ¿no actúan acaso como tales, hoy en día, los mercados, los intereses de las corporaciones multinacionales y los grandes bancos arropados por los gobiernos y los políticos, la ambición política y también la corrupción y suciedad que la envuelve, la existencia de organizaciones xenófobas o fascistas, organizaciones criminales y terroristas, fundamentalismos de todo tipo? No olvidemos la banalidad del mal que describió Hannah Arendt a partir de su análisis del juicio de Adolf Eichman, la crueldad y la violencia gratuítas que se han registrado en las guerras, etcétera, etcétera... Recordemos. en la segunda película de la serie de Alien, Aliens el regreso (James Cameron, 1979), al personaje de Carter Burke, quien priva los intereses de la empresa, el valor del alien como armamento, o la posibilidad de adinerarse con ello, por encima de la vida de cualquiera de los seres humanos que le acompañan en la expedición, además de haber expuesto a la colonia de ex-terráqueos que han colonizado el planeta a los aliens, quienes acaban con todos ellos.
Somos la única especie capaz de destruirnos entre nosotros, de destruirnos con especial crueldad y violencia, una crueldad y violencia no sólo física, también social y psíquica, y no sólo eso, si no de destruir con la misma crueldad y violencia nuestro planeta. Ninguna especie, hasta nuestra llegada, había desarrollado tal capacidad letal.
Me gusta estar aquí. Cuando estaba en el ejército me enviaron a Siria. Montábamos hospitales, atendíamos a los heridos. Volvíamos al cabo de dos semanas y habían bombardeado la aldea [...] Odio lo que nos hacemos en la Tierra.
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[1] Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Ed. Trotta, par. 174
[2] Ídem anterior, pár. 174
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