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lunes, 18 de mayo de 2020

EL FARO (ROBERT EGGERS, 2019): Una visión del infierno.

El faro (Robert Eggers, 2019) es, en mi opinión, una película sobresaliente en muchos aspectos. De la misma manera que la ciencia ficción ha derivado ultimamente en un género en el que se abordan ciertas cuestiones trascendentales (Interestelar, Ad Astra, La llegada, High Life, etc.), el género de terror es también objeto de un abordaje de este tipo. El propio Robert Eggers dirigió la excelente "La bruja" (2015), así como otros directores como Ari Aster y su Hereditary (2018) y Midsommar (2019). Uno de los primeros aspectos por los que El faro es sobresaliente es por sus imponentes interpretaciones. Un Willem Dafoe y un Robert Pattison que realizan un trabajo colosal, imponente, de aquellos que requieren una entrega total al personaje que interpretan. Willem Dafoe, uno de los grandes actores, un grandísimo actor, interpretando a Thomas Wake, un viejo y terrible farero que supervisa a Ephraim Winslow, su ayudante, y un Robert Pattison que da la talla del gran actor que también es, superando de largo el riesgo de haberse quedado encasillado en la imagen que dieron de él películas como Harry Potter o la saga de Crepúsculo. En segundo lugar, destacar la fotografía de Jarin Blaschke, que le da a la película ese tono ominoso que caracteriza a lo siniestro (filmada en blanco y negro con efecto ortocromático y en la antigua relación de aspecto 1:19:1).  En tercer lugar, la música de Mark Corven que acompaña la película junto a los sonidos, y que amplifica la dimensión angustiante que la recorre practicamente de principio a fín.



Y empezaremos precisamente con esa dimensión simbólica que ubica el escenario de la película en un faro en una roca aislada de Nueva Inglaterra, uno de esos lugares que podemos llamar el confín del mundo y que, como todo faro, lanza una luz de atención para que los navíos perciban que se acercan a su costa. El faro se ubica así donde la tierra acaba, y donde el mar también acaba. Donde tierra y mar se encuentran en el  choque de las aguas y la roca o la arena de la playa, en el romper de las olas. El faro se ubica así en la frontera que es toda costa. El faro se ubica entre dos mundos, y el farero que vive en él vive en esa frontera donde se producen, en ocasiones, extraños sucesos y encuentros. En el cine lo hemos visto en películas como La Niebla (John Carpenter, 1980), en The ring (Gore Verbinsky, 2002), Shutter Island (Martin Scorsese, 2010), La Piel fría (Xavier Gens, 2017),  El retrato de Jennie (William Dieterle, 1948 - ya comentado en este blog -), o en la reciente serie francesa de terror de Marianne (2019), por poner solo algunos ejemplos.

También son sugerentes sus características escaleras de caracol, esa espiral que se va cerrando sobre sí misma, y que tanto sugieren esa especie de atracción irresistible hacia su su centro, en nuestro caso, hacia esa atracción que la luz del faro irá ejerciendo sobre Winslow, y que Wake guarda para sí.

I.  LA LLEGADA A LA ISLA.

...  un solo punto del infierno puede desplegarse indefinidamente, 
desarrollarse  en innumerables  fugas,  en largos  silogismos,  en 
interminables cadenas de deducciones y repeticiones. El infierno 
es la repetición  infinita, que  no puede  detenerse. El  desarrollo
infinito de un solo minuto. (María Zambrano) [1]

A esa frontera de mundos en ese confín del mundo, llegan dos fareros, Thomas Wake, el responsable del faro, y Ephraim Winslow, su ayudante. 



Pronto observaremos que la relación que se establece entre ellos es extraña, entre la autoridad  tiránica de Wake y el sometimiento de Winslow, y momentos en los que hay un acercamiento más íntimo. Sin embargo, hay algunas pistas que se dan en el primer cuarto de la película de su temática de fondo. En uno de esos ejercicios tiránicos Wale le dice a Winslow acerca de fregar el suelo:

¡Te digo que lo vuelvas a frotar y que lo hagas bien esta vez, y que después lo frotes otras diez veces más! ¡Y si te digo que desmontes uno por uno todos los tablones y listones de esta casa y que los lijes hasta que te sangren los nudillos, lo harás! ¡Y si después te digo que arranques cada clavo de cada boquete podrido y rebañes todo rastro de herrumbre hasta que todos los clavos reluzcan como la verga de un cachalote, y que luego vuelvas a ensamblar todo el faro hasta ponerlo en pie y que después lo vuelvas a hacer, lo harás!

Palabras que nos hablan de una característica del infierno: la repetición. Y así vemos como en la película hay escenas que se repiten, como Winslow llevando piedras en una carretilla desde la orilla del mar, o desde los acantilados hasta el faro, las gaviotas que día a día parecen interponerse en su camino (gaviotas que, según Wake, son las almas de los marineros difuntos), las tareas repetitivas de cuidado del faro que se suceden una tras otra en la película y las cenas de cada noche con Wake. Escenas que nos recuerdan la historia de Sísifo y su castigo en el inframundo: cargar una enorme piedra por una montaña que caía antes de llegar a la cima y repetir el mismo proceso eternamente.



Esta aproximación explica también la llegada en barco en un mar entre una densa niebla, y la posterior desaparición del mismo en ella, que nos hace pensar en el barco de Caronte que, en la Divina Comedia de Dante,  lleva a las almas de los difuntos al infierno. Me parece interesante aquí citar las palabras del canto III que se pronuncián ante la puerta que da entrada al mundo de los infiernos, y que dice:

                                                   Por mí, se llega a la ciudad doliente.
                                                   Por mí se llega hasta el dolor postrero,
                                                   al rechinar, al llanto, al desespero.
                                                   Por mí, se va tras la perdida gente.
                                                   Justicia fue mi causa: justamente,
                                                   Sumo Poder, Saber y Amor Primero
                                                   me creó, cuando se hizo el traicionero,
                                                   antes que el mundo: duro eternamente.
                                                   Albergo al que, maligno, se destruye
                                                   en el odio y cifra su existencia
                                                   en la envidia. Sabed a dónde vais.
                                                   Albergo al miserable que rehúye
                                                   al Bien, a la Verdad y a la Clemencia.
                                                   Dejad toda esperanza los que entráis.


Antes de llegar a la gran tormenta que impedirá a nuestros fareros partir de la isla, hay que indicar también dos escenas de caracter fantástico en las que aparece una sirena, seres mitológicos cuya etimología griega las define como "las que atan y encadenan", y que parecen ser el prólogo de la locura que irá poseyendo a los dos fareros tras la gran tormenta que les impedirá salir de la isla.

II. LA GRAN TORMENTA.

La llegada de una garn tormenta impedirá que la gabarra (embarcación pequeña destinada a la carga y descarga en los puertos y costas) que ha de recogerles para partir de la isla no se presente, debiéndose quedar en ella para desesperación de Winslow. En términos simbólicos, la tormenta se relaciona con  el estallido de la cólera y la agitación de la violencia en búsqueda de venganza.



Pronto vemos como en esta dinámica ambos fareros empiezan a degradarse y, más en concreto Winslow, quien alterna estados compulsivos de masturbación y la toma desenfrenada de alcohol con la propia repetición compusiva de los trabajos en el faro. Dentro de esta degradación a la que ambos se van viendo sometidos, Winslow desvela a Wake su verdadera historia, entre ellas que su verdadero nombre no es Ephraim Winslow sino Thomas Howard, y que tomó el nombre de Winslow de un capataz que lo humillaba en su trabajo en los bosques de la bahía de Hudson, donde había trabajado como leñador y al que dejó morir:

Lo tenía en mis manos indefenso, bien río abajo, y quise acabar con él. Lo confieso. Me quedé mirándole la nuca. Un golpe con el gancho habría bastado... Pero no lo hice... no lo hice... no lo hice. El día se alargó con aquella tanda. Yo estaba agotado, lo admito. El resbaló, pero yo no. Vimos acercarse la pila. Yo seguí en pie, pero el rebaló. El gritó, pero yo me quedé allí quieto. "Tom serás perro". Y yo me quede allí y ya está. Me quedé allí viendo como los troncos lo engullían. Y todo lo que pensé cuando desapareció fue "me apetece un cigarrillo". Eso es todo. Así empaqué su equipo y pertenencias como si fueran míos. Ephraim Winslow tenía un expediente impoluto. Thomas Howard no lo tenía, y tampoco futuro. ¿Cómo sino iba a encontrar un empleo respetable?

Tom Howard había dejado morir a Ephraim Winslow y había adoptado su identidad. Se suceden entonces dos imágenes que me parecen decisivas. La primera de ellas es Winslow-Howard encontrándose a si mismo en el suelo, como si estuviera inconsciente o dormido (en una imagen que me recuerda el sueño de Isak Borg en "Fresas salvajes", de Bergman), a la que sigue inmediatamente una imagen en la que Wake, que parece una viva reencarnación de Neptuno (inspirada en una imagen del artista Sasha Schneider), le coge y le observa como si viera a través de su alma... Es como si Wake viera la culpa que lo habita por los hechos narrados.



Efectivamente, antes de esta imagen, y después de haber confesado Winslow-Howard que dejó morir a su capataz, se oye la voz en off de Wake preguntándole: ¿Porqué me cuentas tus penas? ¿Porqué me cuentas tus penas? Parece obvio que un fuerte sentimiento de culpa corroe a Winslow-Howard. Es curioso como narra los hechos diciendo que podía haberle matado, pero que no lo hizo (lo repite tres veces, como la negación de Pablo a Jesús). No lo mató, pero lo dejó morir. Porqué me cuentas tus penas no es más que la pregunta que pone de relieve el remordimiento que habita en Winslow-Howard por ese motivo, no sólo porque lo dejó morir, sino porque suplantó su identidad. Dice María Zambrano: Entonces su conciencia inocente, su alma sufrió la horrible conmoción, el suceso. Entonces le pasó en un instante todo lo que le tenía que suceder. Un ser humano no puede soportar más. [2]

Conforme la película avanza, la confusión y la enajenación de Winslow-Howard avanza y se va repitiendo (de nuevo repetición) la misma historia que sucedió con el capataz, y de la misma manera que se apoderó de la identidad de Winslow, ahora quiere acceder a la luz del faro que Wake guarda tan celosamente para él. La historia de Ephraim Winslow se repite ahora con la de Thomas Wake, por eso éste le dice: ¿Qué vas a hacer, matarme? ¿Eso harás? [...] ¿Harás ahora lo que deseaste hacer con el viejo Winslow, acabar conmigo? Winslow tenía razón... ¡Thomas, eres un perro, un perro sarnoso!

La película avanza hacia su final y Winslow-Howard acaba con Wake y finalmente accede a la luz, que le rechaza enviándolo escaleras abajo.



La película acaba con una imagen de Winslow-Wake sobre las rocas de las islas mientras las gaviotas devoran sus entrañas, en una clara referencia del castigo que sufrió Prometeo por haber robado el fuego del Olimpo. Zeus lo castigó en las montañas del Cáucaso donde ordeno a Hefesto que lo encadenara, y donde durante el día un aguila le devoraba el hígado, mientras por la noche, al ser un titán inmortal, le crecía de nuevo y así, como en el mito de Sísifo, la historia se repite  al día siguiente, siempre, indefectiblemente.

Con el asesinato de Wake, parecen hacerse ciertas aquellas palabras que dice María Zambrano sobre el infierno: 

El Infierno es lo más particular, el patrimonio más exclusivo de cada cual. De ahí esa furia de atormentar que posee y domina a los que viven sumergidos en el propio infierno de su ser particular (y) presienten que, de compartirlo, escaparían. Porque un infierno compartido es ya un purgatorio.[2]




III. SOBRE LA LUZ.

¿Qué representa la luz? En un momento dado, después de una de sus habituales peleas, Wake le dice: "Mientes Thomas, te mientes a tí mismo porque no tienes agallas para verlo". Winslow-Howard se arrodilla entonces ante él y le ruega que deje verle la luz: Por favor, déjeme ir a la luz abuelo. He aprendido mucho de usted. Déjemelo que se lo muestre, otra oportunidad. Perdonar y olvidar. Déjeme entrar en la linterna, sólo eso. No me haga suplicar, o suplicaré si es lo que quiere. ¡Por favor!  Volviendo a la Divina Comedia de Dante, acto tercero, dice Virgilio, guía de Dante en el infierno:

                                                   En esta orilla
                                                   vienen a reunirse los que mueren
                                                   en la ira hacia Dios y sólo quieren
                                                   huir de la Verdad que los humilla.
                                                   No pueden soportar la Luz que brilla
                                                   en la Justicia y —míseros— prefieren
                                                   el mismo infierno, porque en él pudieren
                                                   ocultar su vileza y su mancilla.


"No pueden soportar la Luz que brilla en la justicia". Winslow-Howard no puede acceder a la luz puesto que huye de reconocer sus propios actos, su dejar morir a Ephraim Winslow, y quiere acceder a  la luz no sólo sin reconocer esto, sino realizando el acto con Wake que no se atrevió con Ephraim Winslow: el infierno, finalmente, se consolida. Tom Howard acaba con el tormento prometeico.



IV. UNA REFLEXIÓN FINAL. SOBRE LA NEGACIÓN DE LA CULPA.

Pelicula compleja, podríamos dedicarle más espacio a algunos detalles y temáticas sobre las que se puede reflexionar. En todo caso, la película nos ofrece una clara referencia a que la negación de la culpa y el remordimiento no hace más que perpetuarla, pues como dijo Jung, la negación de lo inconsciente no nos lleva más que a encontrarnos con él, las historias se repiten: lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma, dijo en una de sus frases más citadas. La negación de la culpa y el remordimiento, con lo que eso conlleva, no es más que un autoengaño que impide la reflexión necesaria que nos puede llevar a lo contrario del remordimiento (el eterno castigo), es decir, al arrepentimiento, consciencia del acto y el daño causado, actitud de pesar que lleva a la necesidad de obtener el perdón. Pero como dije en palabras de María Zambrano: un ser humano no puede soportar mas, y por eso Winslow-Howard huye de su verdad.


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[1] Zambrano, María. Franz Kafka, un mártir de la lucidez. Revista Aurora de investigación filosófica. Papeles de María Zambrano del Seminario de Noviembre-Diciembre del 2012, pág. 30
[2] Ídem anterior, págs. 31 y 32
[3] Ídem anterior, pág. 24